Perdón: Tres

Tres:
La primera vez se suponía que debía ser algo especial. O eso había oído de algunas clientes adolescentes que solían contarle sus intimidades cuando estaban muy borrachas. La mayoría aceptaba el hecho de que su primera relación sexual fue un fracaso. Otras la recordaban como algo patético y muy pocas de ellas, como algo mágico y especial. Después de escuchar esos relatos, las hablantes exigían que ella contara su experiencia, obviamente creían que al tener esa edad y un físico atractivo seguramente habría tenido más relaciones sexuales exitosas que desastres, como ellas llamaban a la suyas. Antes del encuentro con Nicholas, solía cambiar de tema invitándoles a una copa, pero después no lograba encontrar ninguna palabra. No diría que fue mágico, pero tampoco algo agradable del todo. Más bien, no estaba segura de lo que había pasado. Sabía que ya no era virgen, esa misma noche sus bragas terminaron manchadas de un intenso rojo y al día siguiente, sentía un incómodo dolor en la ingle. Estaba claro que había hecho el amor, aunque no podía meter la palabra “amor” en esa frase. Era consciente que para ese atractivo hombre tan solo fue un polvo más, porque después de aquello no se volvió a presentar más en el bar. A la semana de no verle, tan sólo se sentía usada, aunque para consolarse decía que también lo había hecho.
Ya podía probar con otras personas, ya no tenía miedo de el sexo, aunque si debía ser honesta le aterraba tener que desnudarse delante de otra persona. Supo que él no había reparado en las feas cicatrices que poblaban su abdomen o espalda, tampoco las heridas de sus muslos y mucho menos, los cardenales que jamás habían desaparecido de su piel. Todo había sido tan físico y salvaje que no dio paso al amor, por eso directamente obviaba esa parte y contestaba a sus clientas que fue algo maravilloso. Ellas la miraban con envidian y argumentaban que era por su belleza, después estaban tan borrachas que las terminaba acompañando a un taxi que las llevara a su casa. Cuando veía como el taxi se iba, deseaba haberse sentido como ellas: emocionadas, felices o incluso asustadas. Pero en su repertorio de emociones, no había logrado encontrar ninguna, porque después de todo, él no había vuelto a aparecer para recordarle lo que había hecho. Suspiró y se abrazo al torso antes de volver al interior del bar. De camino se encontró con una silueta negra, apoyada de la pared y fumando con aire distraído. La oscuridad no la dejaba identificar al sujeto, pero no dudaba de que era un cliente, esperando a terminar su cigarro para entrar y llenar su hígado de alcohol. Le saludó con un asentimiento de cabeza y se dirigió abrir la puerta. Antes de poder entrar, alguien le sujetó de la cintura y arrastró hasta alejarse de la puerta y de la luz. El corazón le latía apresuradamente, pero no sentía miedo. Algo le decía que esas manos que le cogían no le iban a ser daño y ese aroma de colonia fresca y el olor a tabaco, le daba una pista de quien era. Quiso no emocionarse, quiso no mostrar algún sentimiento cuando le soltó y se encontró con los ojos verdes de él...

  • ¿Me has echado de menos?- preguntó Nicholas con una sonrisa pícara y divertida, mientras le acariciaba la mejilla y le daba un recatado beso en los labios.

Su cuerpo y necesidad de amor le traicionó, porque a modo de respuesta le correspondió el beso. No supo que deidad estaba en ese momento velando por ella, pero cuando notó como la erección de Nicholas se frotaba en sus piernas y el deseo le quemaba las mejillas, se separó utilizando toda su fuerza. Al hacerlo, comprobó algo emocionada que él también luchaba por no abalanzarse sobre ella y poséerla en esa misma calle, a la vista de pobres inocentes. Los dos sonrieron como bobos y se quedaron en silencio, apoyados en el capó de un coche y contemplando las estrellas.

Las barreras del bar estaban bajadas, las luces de la casa de sus tutores estaban apagadas y ella seguía a su lado, sentada en el coche y siento protegida del viento con los brazos de él. En ningún momento se había explicado o disculpado, tan sólo se limitaba a fumar a su lado, acariciarle la espalda distraidamente y darle algún beso en la mejilla o frente. Nunca antes había sentido tanta paz y al mismo tiempo tanta urgencia. Quería que se dejara de tonterías, que le arrancara la ropa y le hiciera el amor, pero temía que al hacerlo él lo hiciera y volviera a desaparecer una semana más. Por lo que conteniendo su lado salvaje, se dejaba consolar simplemente con aquellos besos inocentes y miradas perversas.

  • Quería venir antes, pero he estado ocupado con el trabajo...- habló al fin con voz ronca y preocupada.- Siento no haberte avisado.
  • No importa, no tenías porque avisarme.
  • Sí que tenía...

En ese momento los dos se miraron a los ojos comprendiendo en silencio que aquello que pasó en esa habitación fue más que una simple relación sexual. Esa vez, algo les había unido y las dos partes eran conscientes de ello. Ella sonrió y le abrazó, bajando sus barreras y entregándose de forma ciega a él. Ya lo correcto o incorrecto dejaba de tener sentido, porque no era la única que se sentía así. Lo notaba, en como él le miraba, la manera dulce y triste que le acariciaba la mejilla, y como sus labios buscaban más de lo que su boca podía ofrecerle.
Esa noche en silencio formaron una relación. Era la amante, pero eso le daba igual.


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