Princesa: Capítulo 1

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Princesa
Ceremonia: 
Nunca había sido especialmente creyente. A decir verdad, muchas veces dudaba de la existencia de un Dios. Pero siempre que visitaba iglesias, basílicas o incluso catedrales podía imaginarse la sensación que les embargaba a los que realmente creían, y más de un vez se veía envidiosa de ellos. Muchas veces quiso creer, después de todo había crecido en la misma Italia, la sede de la creencia religiosa, pero veía el caos del mundo y no entendía como alguien que afirmaba el amor pleno y sin prejuicios de la raza humana podía ver como se mataban entre ellos. Simplemente no podía creerlo, por eso y por todo lo que estaba apunto de pasar en su vida había decidido entrar a la Basílica de San Marcos, escuchar una Misa y ver si la fe de los que estaban ahí se le adhería un poco al alma.

El pasillo estaba cubierto por una alfombra roja, mientras los bancos se veían decorados con sábanas blancas y atadas con enormes lazos vino tinto. De las paredes y candelabros colgaban cintas azules que se movían con la brisa que entraba desde la majestuosa puerta. 
Durante unos minutos, se mantuvo inmóvil en una esquina de la sala, observando con ojos curiosos todo el recinto e imaginándose como sería el día que ella, con su enorme y bonito vestido blanco caminara hacia el altar. Sonrió y cuando las campanas comenzaron a sonar dando el inicio de la misa, decidió que ya podía volver a su vida humilde. 

Capítulo 1: 

En diferencia al pensamiento popular, Gianella pensaba que el Puente de los Suspiros era un lugar romántico, pero no en el sentido clásico, más bien en algo más cruel y natural. Más de una vez se había preguntado qué tipos de pensamientos reinaban en el cerebro de las personas que iban a asesinar, o incluso, sin irse más lejos, que clase de deseos tenía la gente que sabía que iba a morir. 
Solía pensar que esas personas se lamentaban no haber podido decir “te quiero” más seguido o demostrar su afecto hacia las personas que quería. Quizás por eso y por su alta capacidad empática, se había prometido decir siempre lo que sentía. No iba a ocultar jamás sus sentimientos e iba a ser lo más sincera que su carácter reservado le permitiera. Por eso, cuando le conoció por primera vez, en el Puente de los Suspiros, se prometió decirle cada día y hasta el día que el amor se esfumara, que lo quería. Aunque dentro de sus planes, no cabía la posibilidad de que hacer eso, fuera imposible. Y no sólo eso, sino prohibido. 

Venecia es una isla diminuta, en un día se puede conocer andando y disfrutando de su misterio. Solía iniciar su recorrido con esa pequeña introducción. La mayoría de turistas reían y se pegaban a ella durante todo el trayecto, porque nadie era mejor en su trabajo y lo sabía. Había nacido en esa isla, en su infancia recorría las callejuelas de arriba a abajo, durante su adolescencia estudió cada pequeña historia y de adulta, decidió dedicar su vida en enamorar a los extranjeros de ese dulce lugar. Sabía que Italia era un país espléndido, pero como buena Veneciana, sabía que ni Milano ni Roma, podían luchar contra su enorme Plaza de San Marco y sus canales en góndola. Era consciente que en los últimos años, el mal olor de sus ríos había hecho bajar el turismo, y la inminente subida del nivel del mar hacía que los propios Venecianos abandonaran sus casas y se fueran a la península. Con ese pretexto, había perdido a la mayoría de sus amigas e incluso, sus últimos amantes más de una vez, prometiéndole estabilidad le habían pedido que abandonara aquel lugar, pero siempre se negaba. Ella se iba a quedar en esa isla, con sus misterios, sus historias y con su ciega fe en el Puente de los Suspiros, alguien debía seguir expandiendo los deseos muertos de los miles de prisioneros que murieron sin decir “Te Quiero” a su familias. Por eso, aún cuando la temporada era baja, seguía narrando la historia a los pocos turistas y creando cuentos a los niños curiosos que pasaban por ahí. En uno de sus relatos lo conoció a él. Al principio pensó que se detuvo para contemplarla, como solían hacer muchos hombres, después de todo era consciente de que su físico era muy diferente al de una Italiana normal: Era alta, de piernas largas y caderas generosas, vientre plano con unos abundantes senos, cuello largo y elegante, cara ovalada y ojos grandes y oscuros, que hacían contraste con su cabello rizado rojo. Sabía el efecto que causaba en los hombres, por lo que cuando el sujeto se sentó en una esquina y escuchó con interés su cuento, supo que no era un turista normal 

Al terminar el relato, los niños la abrazaron y besaron, dejándola sola con el individuo que aún en silencio disfrutaba de las últimas palabras que había dejado sueltas en el aire. El callejón donde solía contar sus historias, tenía bastante eco y no muy lejos de ahí, se encontraba el Palacio Ducal y su amado Puente de los Suspiros. Siempre quería estar cerca de ese lugar, necesitaba creer que si hacía eso, las almas que vagaban se sentirían tranquilas y podrían marcharse con calma. 

- ¿Crees en lo que cuentas?- preguntó el hombre, cuando se levantó del suelo y azotó sus pantalones. 
- ¿Por qué lo preguntas?- contraataco, con la mismas confianzas que él había demostrado. Antes de mirar a sus oscuros ojos sonrió y reparó que aquel hombre también mantenía una sonrisa en sus labios. La estaba retando e iba aceptar el reto. Amplió su sonrisa, esperando a que fuera él quien contestara antes. 

El silencio se expandió por el callejón, el eco de los visitantes llegaban a sus oídos y la música de los gaiteros inundaban los puesto de comida donde la gente se guarecía de la ligera lluvia que comenzaba a caer sobre ellos. La noche llegaba a Venecia y la lluvia la acompañaba, haciendo que las historias contadas horas atrás volvieran a coger vida e interés para los visitantes.

Su uniforme de Guía turística comenzaba a ceñirsele, al igual que la camisa azul a él en su pecho. A pesar de que en ningún momento ella había apartado la vista de los ojos oscuros del hombre, decidió bajar la mirada para contemplar como la lluvia aumentaba su atractivo. Era un hombre alto, de espaldas grandes y musculosas, de porte altivo y expresión serena y calmada. La postura de su cuerpo militar, desconcertaba a lo delicado de que eran sus movimientos y la educación de sus palabras. Nunca había visto a un hombre así. A pesar de su piel tostada y cabello oscuro, no estaba del todo segura si decir que era un turista más o un italiano. Pero cuando vencido habló, supo que el Italiano había sido su lengua materna, aunque el inglés lo dominaba a la perfección. 

- Cosimo.- se presentó con voz grave y ronca, ofreciéndole la mano dando por finalizada su competición de sonrisas. A pesar de que le dolía las mejillas de sonreír, no pudo evitar ensancharla más cuando le estrechó la mano orgullosa de su victoria. 
- Gianella.

Sin más y dada por finalizada su competición caminaron en silencio por los pasadizos, ella le sujetó la mano para guiarlo por los recovecos hasta llegar a la Plaza de San Marcos, la gente oculta en los tejados de la columnas, observaba como la lluvia caía y de las alcantarillas salía agua e inundaba el hermoso lugar. Las farolas se reflejaban en el agua estancada y los truenos hacían ecos en las corrientes de agua de la plaza. Todo el marco de esa escena, hacía que Gianella se sintiera aún más orgullosa de su ciudad y observaba con cierta malicia la sorpresa de los ojos oscuros de Cosimo. No sabía por qué, pero había sentido un impulso de llevarlos por todo Venecia. Sabía que ya era tarde para hacerle el recorrido turístico, pero quería enseñarle lo que a los demás no hacía. Necesitaba que ese hombre conociera los misterios de Venecia y se quedase...

Comentarios

  1. ¡Qué interesante! La verdad, es que había empezado a leerlo, se me cortó la luz y me quedó a la mitad en mis marcadores. Ahora, me pongo al día con la historia <3

    ¡Cuidate!

    Bye!

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