First Sin: Capítulo final
9.
Comienzo:
El
apartamento estaba vacío, los muebles que se habían quedado cubiertos por
sábanas y en cada esquina, había una caja llena de viejos recuerdos. En cierto
modo le daba cierta añoranza dejar aquel lugar, pero sabía que después de haber
hecho lo que hizo, tenía que encontrar su lugar en otra parte. Había encontrado
un puesto vacante en un hospital de Galway, incluso desde el mismo Londres le
habían ofrecido un puesto. Tenía bastantes puertas abiertas, pero no sabía
dónde ir. Precisamente por eso, había recogido sus cosas y se limitó a llamar a
su familia en Lucan. Debía volver a casa, pensar un poco sobre su vida y dejar
que su madre le dijera lo mala persona que era. Necesitaba sentir el odio,
aunque solo fuera un poco. Era una respuesta natural, después de todo había
dejado a Mark en el altar. No había elegido a James, algo que la mayoría de
personas creyeron cuando se reveló su idilio con el atractivo doctor. No lo
había hecho, no porque no quisiera, pero era mejor simplemente irse y dejar con
eso un amargo recuerdo.
Metió
a su gato en el cajetín y salió del apartamento. Esperó a que los de la mudanza
terminaran de sacar todo, y cuando el piso quedo sin vida, cerró la puerta y
entregó las llaves al propietario. Su vida en el gran Dublin había acabado.
La
casa de sus padres siempre había sido acogedora. A pesar de estar al medio de
la nada, de ser una casa grande y llena de árboles, siempre que estaba ahí, se
sentía protegida. Estaba sentada en el porche, observando como las nubes negras
se iban aproximando cuando sintió que alguien se sentaba a su lado. El fuerte
aroma de naranja le quemó la nariz, cuando giró para ver el rostro divertido de
su hermana. Suspiró y supo que ya no podía retrasar esa conversación. Desde el
día que su hermana se había enterado de su amor con James, siempre había
querido hacer preguntas, saber todo y ella jamás le había dado la oportunidad.
Quizás, ya era hora de hablar sobre ello… de quitarse la espinita, después de
todo habían pasado ya dos años de eso.
-
James
era…
-
¿Un
fruto prohibido?- quiso saber la pequeña mientras se miraba las uñas.
-
Quizás
fue todos mis deseos negativos juntos, todos mis deseos malvados…-rió triste.
-
¿Aún
le amas?
No
hizo falta responder a eso, porque era una pregunta absurda. En ningún momento
lo había logrado olvida. En cierto modo, sabía que jamás lo haría, porque
después de todo James fue una parte muy importante de su vida. Su primer
pecado, después de todo.
Galway.
El cartel se quedó atrás cuando el autobús voló por las carreteras apunto de
oscurecer. Sabía que no llegaría a la hora acordada con la casera, pero tampoco
le importaba mucho. Ya le había enviado un mensaje y quedó en verse al día
siguiente. Esa noche la pasaría en un hotel. No tenía problemas para ello.
El
autobús se detuvo en la estación, pero ella no bajó hasta que todas las
personas abandonaron la cabina. Cuando se vio sola y abandonada, cogió el
cajetín del gato y bajó del auto. Hacía frío y unas pequeñas gotas de agua
comenzaban a caer en el suelo. El busero la miró algo molesto, mientras daba
golpes al suelo con su pie. Ella sonrió apenada y terminó de coger todas sus
cosas.
Caminó
por las calles vacías hasta llegar a un hotel que hacía esquina. La imagen del
edificio iluminado, la ciudad en silencio y un frío alarmante le hizo memoria
de aquel día que pasó la primera noche junto a James. Sonrió y arrastró su
maleta al hotel.
La
casa estaba llena de cajas, todas desordenadas y esparcidas a lo largo del
piso. A diferencia de la primera vez que se mudó sola, no tenía prisas en
arreglarlo todo. Caminó por el apartamento con cuidado, observando cada esquina
e imaginándose una forma diferente de decorarlo. Necesitaba un cambio, quizás
no tan drástico como antes, pero si lo suficiente para purificar su alma.
Ya
el reloj marcaba las nueve cuando terminó de idealizarse la decoración y
decidió salir a comer. Se colocó los zapatos y enfundó en la chaqueta. Al abrir
la puerta un aroma a café y tabaco le golpeó en la cara. Estuvo un largo rato
mirando al recibidor, esperando a que la imagen o la sensación que tenía se
evaporara, pero la figura cansada, ojos tristes y sonrisa fina de James estaba
delante de ella, con la misma sorpresa que años atrás.
Ninguno
de los dos dijo nada, tan sólo se quedaron mirando durante un largo rato hasta
que él fue quien se movió primero. Se acercó a Emily, estiró la mano y esperó a
que ella se la estrechara.
-
James
Austen, soy tu vecino. – sonrió y le agarró con ternura la mano.
-
Soy
Emily O’connor…un placer.
Al
igual que la primera vez, Emily le invitó a cenar y estuvieron hablando durante
un largo rato sobre muchas cosas, los motivos que los habían traído ahí, el
trabajo y la familia, pero nunca tocaron el tema de su pasado en común. Como si
aquello jamás hubiera ocurrido entre ellos. Al terminar de cenar caminaron uno
junto al otro en silencio, hasta que llegaron cada uno a la puerta de su
respectivo hogar. Antes de que Emily abriera su puerta, James abrió la suya y
le invitó a pasar…
-
¿Quieres
tomar un café conmigo?- le daba la oportunidad de rechazarlo, pero ella no se
sentía con fuerzas para hacerlo, quería saber que había ocurrido con Michelle y
el bebé. Necesitaba saber cuál era la situación de James.
-
Me
encantaría.
La
casa era sencilla, decorada con gusto y todo de colores apagados. Pasaron a un
pequeño salón y ahí se sentaron a conversar. La conversación volvió a ser fría,
sin ningún deje de sentimientos y parecía que ninguno de los dos quería
comenzar el tema que más le urgía al otro.
Las
tazas de café estaban vacías, las luces de la calle apagadas y el silencio
entre ambos se había expandido durante horas, por lo que decidió que debía
volver a su casa. Se despidió con rapidez de James y corrió a la puerta, cuando
la abrió y estaba a punto de salir, sintió la mano de James sobre su muñeca…
-
Quédate
ésta noche…- susurró.
Y
una vez más, como tantas veces años atrás su cuerpo comenzó a arder. No
preguntó si estaba casado, si tenía novio y como tantas veces atrás, no le
importó en absoluto. James era su primer pecado y lo seguiría siendo, tantas
veces como ellos se encontraran. Así lo había sido siempre y así lo sería… por
lo menos, hasta que las llamas del deseo entre ellos se apagaran por ellas
solas. Aunque quizás jamás lo harían.
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