First Sin: 3. Su Problema

3. Su problema:

Nunca le había gustado dormir acompañada, y cuando lo hacía terminaba siempre con dolor de espalda o en alguna parte del cuerpo. Se pasaba la noche tensa, intentando no moverse y sin lograr descansar del todo. Con el tiempo había terminado asumiendo que jamás se sentiría a gusto compartiendo lecho con alguien, y aunque en sus anteriores relaciones lo había hecho, seguía sin lograr la calma. Jamás tenía un sueño profundo, con babas y ronquidos. En cierto modo una de sus fantasías era encontrar aquella persona, no con la que compartieran cosas, si no con quien pudiera dormir. En su cabeza era como una prueba de fuego, si podía dormir con un hombre, ése debía ser el suyo. Con ese pensamiento había compartido cama con 3 personas y ninguno de ellos había logrado sacarle la baba de los labios. Precisamente después de haber pasado más de una semana compartiendo cama con él, abrir los ojos y sentir sus labios pastosos y todos los músculos relajados, se negaba a creer que él fuera SU hombre. No quería creerlo. No podía ser.

-      Una mujer normal se alegraría de dormir bien…- comentó entregándole una taza de café con leche en la cama.- No entiendo porque te enfadas.
-      ¿Y desde cuando soy una persona normal?- contestó ella con acidez mientras cogía la taza y miraba el líquido marrón recelosa.- ¡No debería poder dormir bien contigo!- le acusa sin mirarle.
-      Pero lo haces, así que deja de quejarte…- le acaricia la cabeza y entra al baño riendo.- ¡Date prisa o llegarás tarde!

Más descansada de lo que le gustaría se levantó de la cama, se tragó el café sin disfrutar y comenzó la difícil tarea de decidir que ropa ponerse. No era su primer día en el Hospital St. James, por lo que no importaba las ropas que llevara, pero tampoco quería ir muy desarreglada, por mucho que después se tuviera que cambiar, prefería ir decente. Abrió el armario y sacó unos vaqueros de color verde oscuro, una camisa ancha negra y los calcetines y sujetador. Con la ropa bajo del brazo se fue al salón y se cambió ahí, ante la mirada aburrida de Meh y la radio con las noticias alagueñas.
Estaba terminándose de poner el sujetador cuando sintió una mirada en su espalda. Su primera reacción fue taparse, la segunda fue ponerse roja y meditar, la última y la más acertada fue ignorar a James, que reía a lo bajo mientras observaba disfrutando como se pasaba los pantalones por las piernas y se ahuecaba el pelo cuando se puso la camisa. Ya tapada y sin color en la cara giró sobre sus talones y se enfrentó a su compañero obligatorio.

-       ¿Qué ocurre?- preguntó mordaz- ¿A caso nunca has visto a una mujer desnuda?- se mofó. Cogió la taza de café y la dejó en la pica, con la taza de él.
-       Tienes una piel preciosa…- susurró. Sintió como James se colocaba en su espalda, su respiración le rozaba el cuello y notaba el calor que emanaba su cuerpo.

Es él. Es con la persona que puedes dormir. ¡Cógelo! Le informó la voz de su consciencia cuando comenzó a sentir que el calor se le expandía por todo el cuerpo y se centraba entre sus piernas. Se mordió el labio y escapó hacia el cuarto, donde cogió el bolso, chaqueta y demás. Antes de que James pudiera reaccionar pegó la carrera y salió de la casa. No esperó al ascensor a que llegara antes de salir escopeteada por las escaleras, al oír que la puerta se abría y salía James. De reojo comprobó que llevaba unos vaqueros negros, con una camisa de cuadros y un abrigo color negro. Llevaba el cabello desordenado y la barba comenzaba a salirle. Supo que le dedicó una sonrisa cuando sus miradas se encontraron y se perdieron cuando bajo del todo las escaleras.

El camino hasta el hospital era lo suficiente largo para pensar, pero muy corto para poder dormir. Por lo menos ese había sido su análisis el primer día que había ido con el autobús hasta ahí. Tenía el carnet de coche y una pequeña vespa amarillo pollo, pero si se subía a ella, había una larga posibilidad de que James se autoinvitara a subir. El segundo día lo comprendió. Por mucho vehículo que tuviera, no lo utilizaría hasta que su compañero decidiera volver a los brazos de su mujer. Necesitaba mínimamente los 30 minutos de recorrido para estar lejos de él. Su karma personal había decidido castigarla por algo malo que había hecho en su otra vida. O eso supuso ella. El doctor a cargo de sus prácticas retribuídas era ni más ni menos que James Austen. El Ginecologo y Obstetra de su planta. Desde ese día, por primera vez se arrepintió de haberse especializado en ginecología.

-       Llegas tarde Señorita O’Connor…- le regañó su superior con una sonrisa burlona.
-       El autobús se metió en un atasco Dr. Austen…- refunfuño mientras cogía los historiales y miraba las anotaciones de las enfermeras de la noche.
-       Si fueras conmigo en coche eso no pasaría…- le informó con cierto tono de reproche.
-       Vivo contigo, duermo contigo y prácticamente cago contigo al lado. Necesito al menos 30 minutos sin verte. ¿Es mucho pedir?- gruñó y le clavó la mirada.
-       ¿Tanto me odias?- la comisura de los labios subió, mostrándole una sonrisa autosuficiente.

Cabrón. Le insultó su voz interior. Cerró los puños y aguantándose la cantidad de insultos de su repertorio caminó hasta la habitación 34 para comenzar su paseo diario. Por mucho que le costara admitir, no le odiaba y tampoco odiaba el hecho de estar cómoda con él. La semana de convivencia había sido tan calmada y ligera como si estuviera viendo sola. James era el perfecto compañero, al igual que cocinero y anfitrión. Lo tenía todo, para su desgracia. Y para colmo, podía dormir con él, algo que le ahogaba cada noche.

Mezclaba distraída su café cuando escuchó que la silla se rodaba delante suya. Levantó al vista para encontrarse unos ojos oscuros y ojerosos, una nariz fina y perfilada, mejillas rojas y labios gruesos. La cara de Michelle era un poema. No sabía si salir corriendo o abrazarla, pero como las dos suponía levantarse y no tenía energía se quedó ahí, sentada y con un nudo en el estómago.

-       ¿Ocurre algo?- preguntó intentando mostrar desinterés.
-       ¿Cuándo me devolverás a mi marido?
-       Puedes llevártelo cuando quieras…

Esa escena se había repetido durante el último mes, día tras día. Michelle Austen, la Oncologa infantil y perfecta esposa y mujer. Era la típica señorita que todo los hombres querían tener. Sumisa, tranquila y terriblemente sexual. Eso último lo sabía porque James era un descarado con la lengua floja cuando bebía más de tres cervezas seguidas. Michelle había tardado menos de cuatro horas en saber que ella y su marido estaban viviendo juntos, aunque desconocía el hecho de que compartían cama. Ese detalle Emily había decidido omitir. Sabía que compartir cama con un hombre, era sinónimo de sexo aunque ella bien había evitado por todos los medios de que eso ocurriera. Su pijama mata pasiones, sus flatulencias nocturnas y algún que otro detalle poco femenino, hacían que el miembro viril de James se mantuviera apartado de ella. Aunque mentiría si dijera que más de una vez, se había visto tentada…
Después de hablar de como Michelle recuperaría a su marido, volvió a su trabajo. Esa noche una primeriza iba a dar a luz y había pedido expresamente que ella se encargara de guiarla. Por eso estaba tomando un café a las 4 de la mañana y tolerando los celos de Michelle.

-       ¿Por qué no vuelves con ella? – dejó caer a James, mientras controlaban los latidos del bebé.
-       Los latidos son fuertes…- informó para que lo apuntara- ¿Quieres que lo haga?

Y esa había sido su respuesta a lo largo de ese mes, cuando ella le preguntaba por su retorno a casa. En cierto modo su respuesta le alegraba, aunque lo debía admitir estando muy borracha, algo que ocurría muy pocas veces. James Austen no sólo era un expléndido doctor y compañero de piso, si no también un marido testarudo y obstinado. Había terminado averiguando que James estaba planteándose pedir el divorcio, aunque nunca le decía por qué…

El frío se había intensificado. Las vacaciones de navidad se acercaban con pasos veloces y con ello la primera evaluación de prácticas. Gracias a su poca vida social había sacado las mejores notas de su promoción y para su desgracia, le había ofrecido un hueco en el hospital. Era plenamente consciente de que James estaba detrás de eso, y en cierto modo se lo agradecía, pero al hacerlo también estaba aceptando que estar con él le gustaba, y si hacía eso… jamás se lo volvería a despegar.

Entró a su apartamento, con las manos heladas, la nariz roja y con ganas de meterse en la ducha y no salir durante un largo rato. Meh le saludó restregándose en sus piernas y James, que estaba sentado en el sofá le sonrió de una forma extraña. Sintió un apretón desagradable en el corazón…

-       Tenemos que hablar E…


No eran una pareja, pero sentía que su fantasía secreta de serlo iba a acabar en ese momento. Y ese no era precisamente algo que le molestara. Su problema es que no quería que acabara…

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