Pétalo: Último capítulo.

Contiene algo de sexo. No mucho pero bueno. El que avisa no es traidor. 


  1. Ramo:
No cerró la puerta con llave, sabía que si lo hacía, el enojo de Christian sería superlativo. Quería discutir con el, dejar las cosas claras, pero tampoco tenía intención de calentar más el ambiente. Ya los dos estaban enojados, cada uno por sus motivos, así que con esos ya les bastaban. Suspiró, dejó la llave en el cenicero que utilizaban como guarda-llaveros, se quitó la chaqueta y entró a la cocina. Necesitaba unos minutos para tranquilizarse antes de comenzar a hablar con aquel hombre cabezota, testarudo y sin ninguna duda, sin límites de coherencia. Encendió la tetera, buscó una gran taza y vertió el agua ya hirviendo, colocó un sobre de Té Chai y esperó a que el aroma ácido y a canela inundara la cocina. Cuando salió a la sala, él ya estaba sentado en su sofá. Tenía las piernas medio cruzadas, dejando un espacio admirable para sus testículos, los brazos colocados a cada lado de su cuerpo y una expresión imperturbable, pero le conocía, y sabía que ese leve temblor en el labio inferior, era una claro gesto de desconcierto. Sonrió triunfante por crear otro sentimiento en aquel perfecto hombre...



  • ¿Quieres té?- preguntó con educación mientras se dejaba caer en su sillón color canela y se acomodaba en la suave tela.
  • No, gracias.- contestó con voz suave y arrastrando sus palabras. Apartó la mirada de la nada, para clavar sus ojos grises y oscuros en ella. Frunció el ceño- Eres consciente que estás desvariando...¿no?- su expresión debió de ser muy clara, porque siguió hablando- Quiero decir, si tengo dinero... ¿Por qué no puedo utilizarlo?¿Y si me preocupo por ti... por qué no puedo mostrarlo?

La expresión de su rostro era una clara muestra de desconcierto, de absoluto desconocimiento y una eminente duda. Casi le dolía ver lo complicadamente simple que era ese hombre. El tenía una necesidad y la cubría, tenía una demanda y la cubría. Culo veo culo quiero. Inspiró una gran bocanada de aire y bebió tranquilamente de té. Intentaba encontrar alguna forma de explicarse, para que el pudiera entenderla y, de alguna forma bajar la ansiedad que cubría su cuerpo. Aunque sabía otra forma de hacerlo...

  • ¿Y por qué te preocupas por mi?- al final preguntó. Era algo sencillo de contestar, ni rebuscado ni especialmente complicado, aunque algo le decía que para aquel hombre cerrado como una almeja lo era.
  • ¿Cómo que por qué?- frunció el ceño y se sentó recto, con los pies apoyados en el suelo y mirándola, con furia y deseo. Anastasia trago saliva. - Porque me preocupo por ti...
  • ¿Y por qué?- insistió.

En el momento que comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, pasándose las manos por el cabello nervioso y su tocándose los labios, supo que no habría manera de llegar algún acuerdo o alguna respuesta. Lo triste de todo, es que tan sólo quería que le dijera que la quería, que la veía más que como una sumisa. Miró la carpeta con toda las condiciones, normas y todo lo que Christian le estaba proponiendo, quizás si cedía un poco, si le dejaba un poco el control...
Se levantó del sillón, cogió el sobre y sacó unas cuantas páginas, las leyó en voz alta sintiendo como las mejillas le ardían, y sentía como sus piernas se tensaban. Necesitaba que ese hombre la tocara, aunque no fuera un polvo vainilla. Quería que la follara, pero también que la amara. Quería sentirse que era suya, y no en términos de objeto. Si no, tener una garantía que si se iba a meter en la boca del lobo, lo estaba haciendo por algo a priori.
No habían terminado de comentar ni más de cuatro líneas del contrato y de las normas, cuando las puertas se abrieron y Kate entró tan rápido como pudo. Gritó algo que no pudo entender, y hasta que no le vio a él en su sofá, junto a ella, no calló. Christian con una tranquilidad inhumana, le quitó los folios de las manos y las guardó en el sobre. Sonrió, le besó en la coronilla y con un leve Hablamos más tarde se marchó. Cuando acabara el interrogatorio de Kate, un mensaje en su e-mail le estaría esperando...


El cuarto rojo del placer estaba abierto para ella, las sábanas de satén rojo, las fustas, esposas y todos los juguetes que el utilizaban para complacer a sus sumisas. Todas y cada una de ellas, dispuestas para su servicio. Entró a la habitación, con las piernas temblorosas y siendo arrastrada por la cálida mano de Christian. La sentó en la cama, sin producir menor sonido y sin avisar, le empujó en la cama y se subió encima. Le beso en los labios. Sólo fue un único contacto entre sus labios, que hizo que la mecha de la pasión se extendiera por su organismo. Le sujetó de las muñecas antes de que pudiera rodearla la espaldas con ellas o que pudiera nisiquiera tocarle. Arqueó la espalda cuando sus labios recorriendo su cuello clavícula, pechos, abdomen y llegar hasta su pubis. Gimió y echó la cabeza para atrás, luchando por zafarse de su agarre...

  • No luches contra mi, Ana...- le dijo con calma Christian, mientras olía su bello púbico y sonreía- oh... que fácil es calentarte nena.
  • Chrisitian...- gime- por favor.
  • No, no... todo a su tiempo.

Le sujetó muñecas y pie en las cuatro columnas de la cama; estaba indefensa, expuesta al depredador y derritiéndose por dentro. El fuego del placer le quemaba, y a pesar de que tenía mucho miedo, demasiadas cosas que aclarar, cuando volvió a besarle, a sentir su erección restregándose en su cadera desnuda... todo dejó de tener importancia. Se preocuparía de eso después, cuando pudiera pensar.

Las gotas de sudor le corrían por la frente, cayendo por sus mejillas y muriendo en su cuello. Estaba acostada, mirando al techo, con las muñecas algo adoloridas y sintiendo con mucho placer, como las manos de Christian se las masajeaban, con dulzura y cuidado. ¿Hará eso con las demás? Quiso saber, observando aquel dios heleno, desnudo solo para ella. Por favor, que sólo sea a mi suplicó muriendo de placer nuevamente, cuando sus manos acariciaron sus muslos llegando a sus tobillos.

  • ¿Como estás?- preguntó al verla despierta, su voz era un suave hilo y en ésta había inquietud y una preocupación real.
  • Bien... - logró contestar.
  • ¿Tienes hambre?

Una pequeña risa se le escapó de los labios al escuchar eso. Podía ser un hombre totalmente extraño, con diferentes caras y cientos de heridas tapadas con maquillaje, con un pasado oscuro, pero en el fondo de su corazón, seguía siendo un hombre preocupado por la mujer que yace junto a el. Sonrió y se incorporó, paró al tener el pecho de el muy cerca, podía observar las pequeñas cicatrices en forma de círculo en su pecho. Frunció el ceño. Quería preguntar, pero eso era algo que debía esperar.


Las puertas del ascensor se abrieron, un grupo de personas entraron en manada y hasta que no olió su aroma no supo que estaba entre la moribunda. Tan sólo sonrió con aquella delicada y traviesa sonrisa, le acarició la cintura disimuladamente y cuando las puertas se volvieron a abrir, la dejó salir, sin decir nada. Tan sólo antes de que ella saliera, le dedicó una mirada y asintió con la cabeza...
No fue hasta que llegó a la mesa de su despacho, y vio un enorme ramo de flores rojas que entendió a que se refería con aquel sutil encuentro. Sonrió.
Lo iba a intentar, lo de las flores y corazones.


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